Tras el éxito de Morir no es lo que más duele, Inés Plana sumerge al lector en una trama vertiginosa por la que transitan personajes atormentados y complejos y en donde el teniente Tresser se someterá a un dilema moral que pondrá a prueba sus convicciones. En las Navidades de 2009, con un país aplastado por la crisis, una funcionaria de la Seguridad Social muere al ser empujada violentamente contra una cristalera. Quien lo hace es una joven que huye del lugar sin dejar rastro. Este es el caso que investiga Julián Tresser, teniente de la Policía Judicial de la Guardia Civil, cuando surge la primera pista fiable sobre el paradero de Luba, una chiquilla de doce años que desapareció misteriosamente dos años atrás. Desde entonces, Tresser ha buscado desesperadamente a esa niña que no es su hija pero que debería serlo. No imagina que la pequeña ha escapado del sórdido mundo de la prostitución en la que la habían confinado. El azar la lleva a esconderse en una casa en un pueblo perdido
Una fiesta. Un asesinato. Sin testigos. El cadáver de Kerry Dowling, de dieciocho años, aparece en el fondo de la piscina. Ninguno de los invitados a la fiesta que dio, aprovechando la ausencia de sus padres, ha visto absolutamente nada. Sin embargo, la ausencia de testigos no significa que falten sospechosos, y la policía no tarda en centrarse en el novio de Kerry, con el que discutió en mitad de la celebración; o en su vecino, que se enfadó por no ser invitado (y todos saben lo difícil que es para Jamie relacionarse con los demás y contener las emociones). Se trata de una comunidad en la que todo el mundo se conoce y conocía a Kerry muy bien: su ex, sus amigos, sus profesores, sus vecinos… e incluso su asesino. Mientras la policía sigue investigando, aparentemente dando vueltas en círculos, la familia y los amigos de la víctima esperan a que se haga justicia. Todos salvo la hermana mayor de Kerry, que decide tomar cartas en el asunto y ayudar a los investigadores. Pero lo